El futuro ideológico del centro-derecha en España
Es de obligada lectura este artículo recientemente publicado por FAES de pluma de Miguel Ángel Quintanilla (director de publicaciones del laboratorio de ideas del PP de Aznar), que analiza las causas de la crisis del PP durante la legislatura de los 186 diputados. Según el autor, detrás de los errores políticos de estos años hay errores intelectuales que datan del giro dado por Rajoy en el Congreso de Valencia. Por tanto, rechaza que las causas de la caída electoral del PP se reduzcan -como explicó Rajoy tras las municipales- a un «problema de comunicación». No podemos estar más de acuerdo con ese diagnóstico general. Es de manual que cuando alguien dice que solo ha habido problemas de comunicación… es que el problema es profundo y arraigado. En ese sentido la publicación de este artículo es una gran noticia. Y, sin embargo, creemos que conviene ampliar su análisis en puntos importantes. Pero empecemos por resumir las ideas fundamentales del autor, sobre las que podremos construir después.
El PP desde 2008 a 2016
En el Congreso de Valencia de 2008 Rajoy se propuso lograr un partido «grande, centrado y unido». Para lo cual proponía que -sin abandonar la identidad y principios del PP- el partido se esforzara en comunicar mejor sus ideas, renunciando al tono autoritario del que se le acusaba, a la insistencia en materia de terrorismo o unidad de España, de modo que se pudiera llegar a gente de centro y eventualmente a acuerdos con los nacionalistas. A esto lo llama Quintanilla la transición hacia un liberalismo postmoderno e ideológicamente líquido, que se supone que debería empatizar con una sociedad igualmente relativista e invertebrada ideológicamente.
Quintanilla ofrece algunos datos significativos: en 2008 -antes de ese giro- el PP fue capaz de atraer voto de centro-izquierda, mientras que en la actualidad ha logrado dividir el voto del centro-derecha y el partido es percibido como más extremoso ideológicamente que entonces. Además, el PP ha sido barrido de las comunidades nacionalistas.
El artículo de FAES atribuye el fracaso de ese proyecto del PP fundamentalmente a dos razones:
- La primera es que en 2011 el PP ganó con un discurso que conectaba con los años de Aznar: «lo volveremos a hacer», pero después ha gobernado abandonando toda referencia. Por lo que ha sido incapaz de explicar por qué ha hecho lo que ha hecho, lo cual ha generado decepción, frustración y hasta cabreo en gran parte de su electorado.
- La segunda es que la sociedad supuestamente post-ideológica con la que semejante estrategia debería conectar, en realidad ha demostrado estar radicalizada en posiciones fuertes que son todo menos pensamiento débil y liberalismo tolerante.
El tratamiento sería evidente: volver a recuperar las señas de identidad para elaborar un proyecto liberal-conservador con ideas y propuestas fuertes, expuesto con convicción.
Una crisis profunda
Compartimos buena parte de lo dicho, sin embargo creemos que cabe prestar atención a un factor muy importante del contexto social, que explica mejor -a nuestro parecer- lo que ha pasado, y por lo tanto lleva a un tratamiento diferente. Lo que valía en 2008 no es ahora suficiente para recuperar la confianza y el apoyo de los votantes, porque algo ha cambiado para siempre en nuestra cultura política.
La crisis ha traído una acerada percepción de la escasez. Y la escasez activa siempre dos discursos:
- el económico -el uso eficiente de recursos escasos- frente al despilfarro descerebrado de épocas de abundancia; y
- el de la justicia: el reparto equitativo de esos recursos escasos, de las cargas, los premios y los castigos. En el mundo post-guerra fría parecía llegado «el fin de la historia» y la definitiva consagración de la democracia liberal y del capitalismo como sistemas fundamentalmente justos y eficientes. Pero la crisis ha puesto fin a esa creencia, y ha dejado tocados -y veremos si hundidos- los grandes mitos que legitimaban nuestro modelo de sociedad, sobre todo entre las jóvenes generaciones.
Nos limitamos fundamentalmente a dos de estos mitos, claves de bóveda de nuestras concepciones de la justicia política y social: el mito de la representación política y el mito de la igualdad de oportunidades en un estado del bienestar. Los mitos no son meramente descriptivos: aunque deben ser creíbles, no se apoyan en datos empíricos. Son performativos, y su vigencia depende no tanto de factores objetivos, como de que sean efectivamente aceptados.
Según el mito de la representación -base de la democracia constitucional- los políticos elegidos por el pueblo sirven a los intereses generales.
Según el mito de la igualdad de oportunidades en un estado de bienestar, cualquiera puede esperar un futuro mejor para sí y para sus hijos si trabaja un poco, y todos tenemos una red sólida de seguridad si fracasamos, y por tanto no hay que dar importancia a la desigualdad. Pero ¿cómo vamos a aceptar que estamos en una sociedad fundamentalmente justa si los políticos son corruptos y comprobamos que sirven a sus intereses de grupo (“no nos representan”)? ¿Es posible considerar justo nuestro sistema económico cuando la gestión económica «privatiza las ganancias y socializa las pérdidas»? Esta crisis de legitimidad tiene en España una tercera dimensión: la nacional o identitaria. Ante la demanda de justicia política y social, se hace viable proponer nuevos mitos nacionales, con propuestas para superar el orden político y económico de la democracia liberal y del capitalismo.
Cómo superar la indignación
En España la quiebra de la fe en el sistema estalló con los indignados del 15M, y Podemos y el independentismo han dado representación política a esas inquietudes. Pero vemos cómo prenden en Europa -y ahora también en los EE.UU.- los discursos populistas y reflorecen los planteamientos económicos post-marxistas. Mientras tanto, el PP de Rajoy ha renunciado a hacer ningún discurso que reconstituya esos relatos puestos en cuestión, confiado en que «el PIB es la justicia». Es verdad, ha logrado disminuir el paro y reactivar la economía. Pero su persona está vinculada con la corrupción casi sistemática de su partido, los recortes compatibles con los rescates bancarios a (ex)amigos, y un modo de hacer política más parecido al despotismo ilustrado que a ningún ideal de democracia.
Para más inri, figuras clave de la «generación fundacional» del régimen del 78 (desde el Rey Juan Carlos hasta Pujol), han caído en descrédito al levantarse las alfombras.
Pensamos que Rajoy es consciente de estos problemas y por eso no ha querido ni podido ofrecer un relato más allá de: «evité el rescate, estamos creciendo, y toca más de lo mismo o el caos». Con resultados malos, sí, pero también sorprendentemente buenos: hay que reconocer que, para la estrategia del encastillamiento, Rajoy es el mejor candidato. A la vez, no podemos olvidar que la superación del problema de la justicia por la abundancia de la producción es un viejo mito marxista, lo cual es sospechoso en boca del líder “liberal-conservador”.
Al centro-derecha español le hace falta, y en esto estamos de acuerdo con Quintanilla, una propuesta ideológica renovada, convencida y convincente: una alternativa al discurso populista de la izquierda post-marxista. Pero sospechamos que la debacle actual no se arregla con una simple repetición de los principios liberal-conservadores y democristianos, ni siquiera si fuera acompañada de un poco de alegría económica. Dudamos de que la solución sea hablar más de ETA, de España y del aborto, o repetir algunos mantras de la economía liberal, prometiendo un gobierno de gente bien formada, mientras se defiende el statu quo. Eso valía antes de la crisis de 2008, y aún puede tener algo de empuje con votantes de cierta edad y posición vital estable, pero es una vía muerta para el futuro. Hay que dar respuesta cumplida, sugestiva y movilizadora -encarnada en personas- a las cuestiones de justicia política y social mencionadas más arriba, y a la pregunta sobre por qué nuestro proyecto nacional es el camino para superarlas.
Todo por hacer: empecemos por los Principios
Este diagnóstico es muy general. Evidentemente, el reto de una demografía menguante, la ambigüedad de los grandes conflictos económicos, ecológicos y políticos internacionales, y el aumento de la presión inmigradora (entre otras macro-tendencias), seguirán erosionando la verosimilitud de nuestros grandes mitos políticos.
Cuando pusimos en marcha Principios hace un año éramos conscientes de estos desafíos, y desde entonces centramos nuestra reflexión y nuestra acción en la promoción de la “reconstitución” (para afrontar el déficit de justicia política) y de la “lucha contra la cultura del descarte” (para responder a la angustia por la justicia social). Nuestras diez propuestas pretenden ser líneas maestras para las reformas necesarias en nuestro país.
El siguiente paso podría ser la convocatoria de un congreso de ideas para el centro-derecha, que actualice la aportación de las grandes tradiciones intelectuales que han configurado este espacio político. En un evento semejante, sería necesario empezar por reconocer que el centro-derecha es un espacio político, no una tradición intelectual coherente; pero en cualquier caso debe evitarse la asimilación con el individualismo radical y constructivista adoptado por la izquierda. Este proceso debería incorporar una robusta antropología, que solo puede provenir de una visión contracultural basada –paradójicamente- en la tradición del humanismo cristiano. En esa fuente se puede beber también de nuevas corrientes intelectuales y encontrar aliados inéditos, que aporten sensibilidad social y espíritu crítico frente al statu quo. Conviene mirar tanto a las grandes tradiciones políticas occidentales –son interesantes los aportes sociales del conservadurismo británico y de ciertos conservadores americanos- como sobre todo a la experiencia, sensibilidad y pensamiento de las periferias geográficas, hoy tan bien representadas por el Papa Francisco, por ejemplo.
Todo esto no puede hacerse desde la estructura de un partido político. Es necesario el papel activo de la sociedad civil. Y su resultado dudosamente recibiría el calificativo de “liberalismo conservador”. Y quizá tampoco de “centro-derecha”. Pero ciertamente tampoco sería “de izquierdas”, ni solamente “centrista”.
Está todo por hacer. Por eso hay que empezar por los Principios.